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sábado, 5 de agosto de 2017

Hay un hombre en el bosque.

Buenos días, literatos.
Hoy os quería traer algo que me ha impresionado. Seré muy breve para poder enseñároslo y tras explicaros porque lo traigo aquí os dejaré que lo veáis.
Como lector, como intento de escritor y como hombre curioso, me doy cuenta de algo que me parece casi trágico. Estamos perdiendo la capacidad de contar historias. Sí, hay cine, literatura, sí, no me refiero a eso. Pero ¿cuando fue la última vez que en vuestra casa, en una reunión familiar, junto a vuestros amigos o conocidos alguien contó una historia? Y no me refiero a una anécdota. Me refiero a una historia, ¿cuando fue la última vez que alguien os contó algo que había pasado o no, una leyenda quizás, y os tuvo en vilo hasta el final de la narración? ¿Qué os dejó el regusto suave y agradable de haber escuchado una buena historia? ¿Cuando fue la última vez que os contaron así una historia, que os la contaron bien?
Los padres de algunos todavía saben contar historias. A los abuelos se les daba en general genial, y hace un par de generaciones era algo natural y extendido el contar buenas historias. Pero hoy día, lo estamos perdiendo. Y la gravedad no viene de que seamos incapaces de contar nuestras venturas, vivencias y logros más esperpénticos o meritorios con cierta capacidad, lo peor es que nos estamos olvidando de las leyendas que nos rodeaban, que nos enseñaban y nos recordaban cosas fundamentales, y con ello perdemos nuestra identidad y nuestra cultura.
Nos reunimos en cenas y reuniones de carácter familiar o fraternal y ya no existe la sobremesa en la mayoría de las veces, ya no nos ponemos a contar historias, chistes y anécdotas. Nos pegamos a nuestros fríos smartphones y dejamos morir nuestra traición y nuestra cultura. Estamos perdiendo la magia de la que nació el lenguaje, la comunicación y la literatura. Cuando los primeros hombres asociaban y expresaban las primeras ideas con un nexo común, formando una trama y enviando así un mensaje con un planteamiento, nudo y desenlace.
Aprendimos a contar historias, tras dominar la magia del lenguaje y la comunicación y empezamos a contar historias. Hoy día nos hemos vuelto fríos, no nos entendemos con nuestra familia, con nuestros vecinos ni con nuestro mundo. Y eso nos lleva a conflictos que no solucionamos y que tienen catastróficos finales, nos hemos vuelto seres mecánicos, incapaces muchas veces de expresar sencillas emociones y conceptos.
Y soy de los locos que piensan que es porque nos hemos olvidado de como comunicar ciertas cosas y que ello tal vez tenga algo que ver con estar perdiendo nuestra capacidad para contar historias.
Hoy he visto un corto animado de terror. Y me ha gustado porque me ha impresionado la sencillez con la que trasmite no sólo una gran historia sino un montón de ideas y conceptos, la armonía y melodía que tiene. Pero sobre todo la sencillez. Porque un buen contador de historias, tiene que trasmitir mucho, con facilidad, ser capaz de simplificar, sin abrumar, sin aburrir. Aquí os lo dejo, y dejo que vosotros opinéis.



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