Hola queridos lectores. Hoy es el día de la Madre, felicidades a
todas las madres que me lean, felicidades, a ellas, las primeras
mujeres de nuestras vidas, por mucho que vivamos, ellas estarán
siempre en el top, de las mujeres más grandes que hayamos conocido
nunca. Porque no cualquier mujer vale para ser madre, hay algunas,
que por desgracia, se ven en la situación de tener que convertirse
en madres, sin tener la capacidad de serlo, y eso trae nefastas
consecuencias y finales oscuros y trágicos... Así que una madre, al
menos para mí, no sólo es una mujer que tiene descendencia, es
aquella que la cría, cuida y mima como sólo las auténticas madres
saben hacerlo. Así que hoy es su día, el día de las auténticas
madres, las que de verdad lo merecen. Las que de verdad merecen tan
título.
Si me permiten, me gustaría contarles una anécdota de mi
adolescencia. La adolescencia es una época difícil, las personas
empezamos a quitarnos el velo de la niñez y a ocultar dentro de
nosotros nuestra inocencia, afín de no ser heridos por ella. Cada
golpe que nos llevamos, cada bache que pasamos, entierra la inocencia
más al fondo... Hay gente, que por desgracia llega a perderla del
todo, por recorrer largos y tortuosos caminos. Es una época dura,
donde empezamos a ver como es el mundo de verdad, a ver todo lo malo
de él.
Este mundo, a día de hoy es un lugar horrible, no vamos a mentir, ni
a edulcorar algo porque sí. Y es así por la culpa de quienes lo
pueblan, nosotros, en la mayoría de los casos.
Este mundo es un lugar inhóspito y hostil. Pero es un lugar, con una
serie de cosas especiales, gratas y buenas, que hacen, que pese a lo
duro que es nuestro mundo, merezca la pena seguir en él. Tiene cosas
buenas, cosas que nos pueden hacer felices, que pueden alimentar
nuestra inocencia, nuestra bondad y valores, cosas que pueden darnos
paz, cosas que nos hacen mejores personas, cosas que meten luz en
nuestra alma, que insuflan fuerza a nuestro espíritu. Cosas que
consiguen lidiar contra el oscuro hollín de la crueldad humana, y de
la maldad y la injusticia.
Las madre son una de esas cosas, uno de esos agentes que nos protegen
de lo malo y nos enseñan lo bueno.
Como decía, perdonen por mis divagaciones, les voy a contar una
anécdota.
En mis días púberes, afronte una situación difícil, un problema
de adulto, algo que me cruzó la cara con fuerza y me dejó un aire
melancólico durante algunos días. En fin, todos hemos recibido
golpes así, no es nada bueno. Lo remarcable de este hecho fue el
comportamiento de mi madre, un madre de título, de definición. Una
madre, que con todos mis respetos, es la mejor. Las hay muy buenas,
pero la mía es la mejor, al menos a mí modo de ver.
Yo no estaba bien, mi madre lo notaba, y la pobre, imagino que no
sabía bien que hacer, pero era una madre, y no pensaba rendirse. Un
día, un Sábado concretamente, mi madre se acercó, me despertó y
me dijo que ya era hora de levantarme, aún somnoliento asentí y
remoloneando un poco empecé a moverme para despejarme y ponerme en
pie. Mi madre, haciendo como si no quisiera levantar de la cama, me
empezó a hacer cosquillas mientras con la voz más dulce me
reprochaba con un tono risueño que remoloneara, me empezó ha hacer
cosquillas, muchas, yo estaba somnoliento aún, no estaba al cien por
cien, y no conseguía pararla. Yo por aquel entonces ya tenía cuerpo
de hombre, era más grande que ella, más fuerte.. Sin embargo no sé
si a causa de mi somnolencia, o porque las madres tienen poderes
especiales, ella conseguía escurrir los brazos y muñecas cuando los
agarraba para que no me hiciera cosquillas, sus manos se me escurrían
de las mías, más grandes y más fuertes y volvía ha hacerme
cosquillas mientras reía y reía, y me hacía reír a mí. No sé
cuanto rato duró. Sé que reí muchísimo. Que estaba en unos días
en los que no era capaz de dibujar una sonrisa en mi rostro, y que
ella me la puso, arrancándome grandes carcajadas. Quizás a otro le
hubieran molestado las cosquillas, quizás con otro no hubiera
servido esa táctica. Mi madre me conoce, ella me parió. Y ese día
mi madre me hizo reír, y algo dentro de mí cambio, quizás sólo
necesitaba reír, necesitaba que mi madre desenterrara un poco mi
inocencia, con afecto, ilusión y energías. No lo sé, sólo puedo
afirmar que estaba mal y que mi madre, cambió eso. Y para rematar un
trabajo bien hecho me preparó mi desayuno favorito. Poco le faltó
para encender un puro al final y soltar un "Me encanta que los
planes salgan bien". En fin, así son las madres. Gracias por
esos millares de cosas que has hecho por mí, Mamá.
Bueno, creo que ya hemos dejado claro lo importantes que son estas
mujeres en nuestras vidas, lo grandes que son, y todo lo que se
merecen. No es plan de agobiarlas con demasiadas palabras y que
aborrezcan a su progenie. En resumen... Gracias Madres, sois las
mejores, gracias a todas, por ser tan increíbles, y sobre todo a
una. Feliz día de la Madre.
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